Viajamos al sur para descubrir Huelva, una provincia que ha sabido preservar sus paisajes de alto valor ecológico de la masificación turística.
Una mujer se abanica con vehemencia bajo el sol. Un hombre cruza la calzada con rapidez, buscando el refugio de la sombra. Las calles están desiertas, solo los coches la pueblan. Son más de las seis de la tarde, y aun así es pronto. Al menos lo es bajo esta ola de calor que nos ha atrapado mientras bajamos al sur para visitar la gran desconocida de Andalucía, la provincia de Huelva. Y la primera parada es Bollullos Par del Condado, la puerta de entrada a la provincia: un encantador pueblo de casas encaladas con decoraciones neomudéjares. El ladrillo del ayuntamiento con sus arcadas y el gris piedra de la torre de la iglesia son la única interrupción de una continuidad de blanco que solo termina en los confines de la localidad, donde empiezan los viñedos. Bollullos se ha convertido en el centro vinícola de la zona, ya que acoge el Centro del Vino y, sobre todo, numerosas bodegas históricas que salpican el casco histórico del lugar. Y visitamos una de las más bellas, Bodegas Iglesias, ubicada en un antiguo convento del s. XVIII y donde el vino se macera entre techos abovedados y arcadas de ladrillos rojos. Así solo puede nacer un vino con historia.
“Todo el mundo sabe de vinos, y el que diga que no, miente”, nos dice el propietario de las bodegas mientras extrae con una caña el vino de un barril de solera. “Una cata nunca es objetiva. Lo que importa son las sensaciones que te remueve en la memoria, que tienen que ver con la infancia”. Y así comenzamos, entre risas, un brainstorming donde narramos emociones que nacen al probar este vino único. Y es que la Denominación de Origen Condado de Huelva se diferencia por la variedad de uva que utiliza, la uva zalema, célebre por haber resistido a la filoxera a comienzos del s. XX. En Bodegas Iglesias, el vino se hace añejo en unos barriles que se apilan en las paredes del antiguo refectorio del convento, todo ello presidido por algunas vírgenes colgadas en las paredes. Y esta visita, única gracias al humor del propietario, culmina en una cata donde se desempolva la obra maestra de esta producción: el Vino Naranja, aromatizado con un preparado macerado de cáscaras amargas de naranja, que da como resultado un vino semidulce que marida a la perfección con postres dulces de chocolate y trufas, pero también con tapas de quesos azules, patés y ahumados, e incluso con pescado. Un sabor propio que nos acompaña, como recuerdo, en el resto de nuestro viaje…
La playa, entre el río y el mar
Entre Lepe y Punta Umbría circula el río Piedras, que tiene dos orillas que son, a la vez, dos mundos. Tierra adentro está nuestro hotel, Fuerte el Rompido, la aldea y el puerto; tierra afuera nace una flecha de tierra que se clava en el mar, entre el agua dulce y el agua salada, y crece 40 metros al año con sedimentos del río, extendiendo sus confines en paralelo a tierra firme. Esta flecha es un territorio virgen, el paraíso antes de la expulsión, con dos rostros: la del río, con una playa fluvial y matojos; la del océano, con una playa de mar más salvaje y ciertas olas. Para acceder a la playa es preciso coger una barca en la orilla de El Rompido, lo que convierte un día entre arena en una aventura, ya que no es lo mismo llegar a pie que llegar a través de una mágica travesía en barco. Aunque otra recomendación es tomar un velero y navegar hasta el final de la flecha para descubrir su crecimiento: la punta es una extensión infinita de arena y, al remontar río arriba, comienzan los matojos, los pinares e incluso las ruinas de salazones. Entre el espejo de arena y agua que constituye la punta hasta el nacimiento de los pinares encontramos navegantes con sus barcos, algunos nadando en el río, otros encallando en la arena con sus sombrillas. Pero si algo domina es la sensación de que el turismo, aquí, ha sabido convivir con la naturaleza más indómita.
El vuelo del flamenco
Si alguien pensó que Huelva es desértica es porque no la ha visitado. Y, sobre todo, porque no ha visitado los parques naturales que vertebran todo el territorio, como estas marismas de Odiel en la orilla sur de la ciudad onubense. En el pasado se pensaba que era un terreno baldío, más tarde se descubrió el enorme valor ecológico del territorio: este paisaje en las desembocaduras de los ríos Odiel y Tinto funciona a la manera de un estuario, donde el río se ramifica en brazos entre los sedimentos y se mezcla con el agua salada de las mareas. El resultado es un complejo ecosistema habitado por somormujos, cangrejos, numerosas especies de gaviotas y espátulas. De hecho, la isla de Enmedio alberga una de las colonias más grandes de este ave en toda Europa. Este bello paisaje, híbrido entre lo dulce y lo salado, entre la tierra y el mar, está poblado por plantas resistentes a la sal, como la salicornia y la espartina, y está punteado por el vuelo rosado de los flamencos, el principal atractivo del parque. Nuestra mirada, hoy, aquí, es ovalada. Y lo es porque es la mirada desde unos prismáticos, atentos a cazar en la retina el fugaz vuelo de las aves.
De Huelva… a la aventura
Siguiendo los históricos muelles de Huelva del río Tinto, y después de cruzar la estatua de Colón, se accede a uno de los lugares emblemáticos de la historia de nuestro país: el monasterio de la Rábida. En este monasterio franciscano se refugió Colón años antes de su travesía a América, y allí encontró el apoyo de dos frailes que le pusieron en contacto con la Corona y con Martín Alonso Pinzón, un rico armador de la zona que logró reclutar marineros de Palos de la Frontera dispuestos a la aventura. Martín volvió gravemente enfermo del primer viaje trasatlántico y, al morir, fue enterrado en la iglesia. Además, allí recalaron Pizarro o Hernán Cortés a su regreso de América. Entre los claustros mudéjares del convento, de arcos de herradura y ladrillo, se tejió una de las empresas que cambiaron la historia de occidente. Y aunque sufrió graves desperfectos en la Guerra de la Independencia y con la desamortización de Mendizábal, fue declarado en 1856 monumento nacional y restaurado para hacerle recuperar el esplendor de antaño. Un esplendor que todavía se refleja en la nave gótica mudéjar de la iglesia, que alberga una talla de Santa María de la Rábida, del s. XIII. Pero la austeridad es la norma en este edificio, uno de los nudos con mayor densidad narrativa en la historia de este país.
Dónde dormir
Hacemos noche en el hotel Fuerte el Rompido, un resort plenamente integrado en el sorprendente entorno natural que lo rodea, con las marismas del río Piedras como telón de fondo. Con sus habitaciones abrazando el patio central, con dos piscinas como refugio del calor (una para toda la familia, otra para adultos), este hotel con spa, piscina climatizada, gimnasio y dos restaurantes está considerado como uno de los hoteles más sostenibles del país. De hecho, cuenta con huerto ecológico, y su suave arquitectura lo integra con el paisaje hasta devenir una extensión de las marismas. Desde sus balcones es fácil captar un atardecer que sobrevuela el verde que tiñe toda la costa de la provincia gracias a la extensión de los pinares. Y sus jardines se extienden hasta el comienzo de la aldea de El Rompido, un poblado en el que poder saborear la increíble gastronomía de la región, como las gambas, el jamón de jabugo o todas las partes de un atún pescado en el día, en locales como La Casa el Palo.
Hotel Fuerte El Rompido. Urb. Marina El Rompido Carretera H-4111 Km. 8,21459. El Rompido, Huelva, Tel: (+34) 959 39 99 29. Web: web http://www.fuertehoteles.com/en/hotels/fuerte-rompido-cartaya/the-hotel/
Fuerte Group Hotels: www.fuertehoteles.com
Más información: http://www.turismohuelva.org/es/
Texto: Rafael Vidal